EL POETA Y EL NIÑO

Aron Glantz

VARDA FISZBEIN
El poeta y el niño

ARON GLANTZ FUE un poeta en lengua ídish, que durante gran parte de su vida utilizó el seudónimo literario de A. Leyeles.
Nació en Wloclawek (Polonia) en 1889, hijo de un reputado pedagogo hebreo. Glantz se crió en Lodz, una gran ciudad de intensa actividad cultural judía, entonces bajo dominio ruso, donde recibió educación en ídish y hebreo. En 1905 viajó a Londres, donde pasó varios años, trasladándose en 1908 a Nueva York; en ambas ciudades estudió literatura en la universidad, aunque de manera irregular. En la segunda se desarrolló la práctica totalidad de su vida creativa.
Publicó su primer libro Labarint (Laberinto) en el año 1918, una de las obras iniciales del grupo poético “In Zij” (En sí), representativo de la corriente literaria introspectivista en ídish, y también fue uno de los fundadores –junto a otros importantes poetas como Yankev Glathtei– de la revista literaria del mismo nombre.
Además de las dos lenguas judías aprendidas en la infancia, Glantz sabía ruso, polaco, inglés, alemán y francés. Entre otros autores, tradujo al ídish a Poe, Whitman, Keats, Verlaine, Goethe, Lermontov y Pushkin.
Fue uno de los padres del modernismo poético en ídish, pero a la vez gran conocedor de las antiguas poesías italiana y provenzal; de manera que escribió tanto poemas de verso libre como sonetos y otras formas poéticas clásicas.
Publicó varios libros de ensayo y un gran número de artículos de opinión, culturales y de crítica literaria. Precisamente, en su labor como crítico, en 1937 le dio un importante respaldo a Avrom Sutzkever, quien a por entonces, a sus 24 años empezaba a publicar en Vilnius: este autor –que falleció muy anciano hace pocos años en Tel Aviv– está considerado uno de los más importantes poetas en ídish del siglo XX.
Los intereses de Aron Glantz eran muy amplios: desde la Biblia hasta el psicoanálisis, el budismo, la Revolución Rusa, la arquitectura americana y, por supuesto, el intento de exterminio judío perpetrado por los nazis.
En cuanto a su orientación política, inicialmente militó en diversos grupos de la izquierda no comunista, pero a partir de la década de 1940, sus ideas viraron hacia el nacionalismo idishista, lo que se reflejó en su obra.
En el año 1947, después de haber visto la foto de un niño del gueto de Varsovia que se difundió durante el Juicio de Núremberg, publicó el poema que se reproduce, traducido de su original en ídish y que se incluyó en el volumen Opklayb (Recopilación), editado en Nueva York, en 1968, junto a una selección de obras del autor escritas en diversos períodos.
Glantz murió en Nueva York, a finales de 1966. Todo esto es lo que se sabe, así como otros muchos datos de la biografía y la obra de este autor.
Del niño de la foto, al que dedicó su poema, nunca sabremos nada. Su identidad permanecerá para siempre anónima, como las de otros dos millones de niños judíos que fueron asesinados por los nazis.


          El niño pequeño

                           Al niño de Varsovia que está con las manos en alto en la fotografía hecha por los nazis y que fue mostrada en el Juicio de Núremberg.


          Un niño pequeñito, de apenas siete u ocho años,
          un niño judío con las manos en alto,
          empujado hacia el horno, el fuego y el humo,
          perseguido con fusiles, ¡esa es la realidad!

          Yo miro el rostro infantil y bonito,
          y más que dolor aflige mi corazón la vergüenza.
          Quien mire su propia mano, poderosa y adulta,
          la verá reflejada en el aterrado sufrimiento del niño.

          Los judíos adultos se imaginan que al menos hay
          un presunto pecado y se consuelan respondiendo:
          cuando Yakov arde y es aniquilado de nuevo,
          es que se demora demasiado en casa de Esaú, siempre ansiosa de sangre.

          Nos convencemos de que una luz se expande
          por la senda de la verdad; una deslumbrante corona
          adorna nuestras cabezas, cual merecida recompensa
          del eternamente justo Alto Tribunal.

          Pero a ti, niño judío, ¿qué podemos darte
          a cambio de tus sufrimientos, de tu desgracia, de tu terror?
          ¿Quién puede responderte por tu vida truncada
          quién justificar tus ensangrentados días?

          Nosotros mismos también somos culpables,
          un despiadado torbellino nos persigue en todas partes.
          Pero fue tu carita la que se retorció, desencajada,
          y nosotros los que seguimos vivos tras tu asesinato.

          ¿Hay pueblos aún sobre la tierra?
          Yo creo que ya solamente quedan judío y gentil.
          Y sé con seguridad aterradora:
          ¡que la realidad gentil ya no será nuestro sueño!

          ¡Podéis estar tranquilos! El niño de Varsovia está muerto,
          y el sueño judío ha sido destrozado por el fuego.
          El mundo sigue siendo tal como lo habéis creado:
          nada más que torres de muertos y terroríficos monstruos.

          Y tú, niño judío, yo beso culpable tu rostro,
          tus ojitos judíos, puros y limpios.
          Y al final de las generaciones y durante millones de años,
          tu llanto infantil seguirá reclamando respuestas.

Este artículo fue publicado originalmente por la autora en el número 90 de la revista RAICES, publicada por Sefarad Editores. 

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