Mala Zinetbaum
EL RETRATO
Varda
Fiszbein.
La activista judía Mala Zimetbaum y
el preso político polaco Edek Galinski tuvieron un destacado desempeño en la
resistencia clandestina de Auschwitz. Mala se había ganado el cariño de las demás
prisioneras, que la admiraban y agradecían su solidaridad y ayuda, aun a riesgo
de su propia vida. Los compañeros de Edek reconocían su valor y su entrega a la
causa antinazi. Pero cuando sucedió lo que parecía imposible – que ambos se
fugaran del lager el 24 de junio de
1944 – la pareja se convirtió en el símbolo de la libertad y su historia cobró
un aura de leyenda.
Los protagonistas
Mala Zimetbaum,
nacida en 1920 en la localidad polaca de Brzesco, era la hija menor de Pinjes y
Jaye Zimetbaum. En 1928, el matrimonio emigró con sus cinco hijos a Bélgica y
se instaló en Amberes, en el número 7 de la calle Marinus, que en esa época
estaba densamente poblada por judíos de condición humilde.
La niña fue una alumna
brillante en todas las asignaturas pero, sobre todo, destacó en idiomas. Sin
embargo tuvo que abandonar los estudios muy pronto, porque su padre –empleado en
una fábrica de diamantes - se quedó ciego y los hijos tuvieron que ponerse a
trabajar. Mala tenía 14 años cuando dejó de estudiar para aprender el oficio de
costurera.
Su carácter se fue
templando en la lucha contra la pobreza, a la vez que en la activa militancia que
desde temprana edad desarrolló en el movimiento Ha- Noar Ha- Tzioní, (Juventud Sionista).
A medida que
avanzaba el proceso de arianización del país –invadido por Alemania en 1940 - y
aumentaban las agresiones a los judíos, a menudo con la complicidad de los
propios belgas, iba creciendo su preocupación por la seguridad familiar y, en
un intento de evitar la deportación, la muchacha viajó a Bruselas con el
propósito de alquilar una vivienda y trasladarse allí, donde el antisemitismo
era menor que en la zona flamenca.
Era el año 1942 y
al regresar a Amberes, Mala cayó en una redada. Poco después fueron arrestados sus
padres junto a otros judíos, que fueron enviados al gueto de Malin, desde donde
se los deportó a Auschwitz. Ella intentó escapar del campo de concentración,
pero no lo consiguió.
Al cabo de dos
días de penoso viaje, llegaron al lager
1048 judíos de Bélgica, de los cuales 230 hombres y 101 mujeres fueron
inmediatamente enviados al crematorio; entre ellos, los padres de Mala.
La
joven pasó la selección y se convirtió en la prisionera número19880 de
Auschwitz. Era hermosa, de aspecto pulcro y elegante y debido a su conocimiento
de idiomas despertó el interés de las dos oficiales de mayor rango de las S.S.,
Mandel y Drexler, a cargo del campo de mujeres. Los testimonios de las sobrevivientes
que las conocieron, relataron el terror que despertaban entre las prisioneras por
sus habituales actos de gratuita brutalidad, así como por su especial sadismo.
A Mala le
asignaron tareas de mensajería, cometido que ya cumplían otras tres muchachas
eslovacas y también la utilizaron como traductora e intérprete: hablaba
flamenco, francés, alemán, inglés, polaco e ídish.
Edward (Edek) Galinski
nació en un pueblo de la zona de Cracovia, en 1923, y llegó a Auschwitz en 1940,
en el primer transporte de presos políticos procedentes de la cárcel de Tarnow.
Era el prisionero número 531 y un activo miembro de la red clandestina de la
resistencia polaca del lager.
Los testigos
Por sus tareas,
Mala Zimetbaum tenía acceso a las oficinas desde donde se dirigía el campo;
entre otras, a la división donde se guardaban los formularios de los
salvoconductos y pases de salida; además, podía desplazarse con bastante
libertad por sus diversas dependencias y bloques.
Varias testigos
que después de acabada la guerra la mencionaron en sus testimonios, expresaron
su admiración por esa joven que, a diferencia de otros prisioneros, no utilizaba
su «puesto privilegiado» para su propio beneficio, sino para aliviar la
situación de sus compañeras de
infortunio.
Los nazis solían
obligar a los recién llegados al campo a enviar postales con mensajes
tranquilizadores a sus familiares y amigos, de modo que los judíos que
permanecían ocultos se confiaran y emergieran de sus escondites sin temor, para
favorecer su proyecto de llevar adelante en todos los países invadidos sus
planes de jüdenrein. También Mala
tuvo que hacerlo, pero ella no cayó en el engaño. Una postal que envió a
Bélgica contenía el siguiente mensaje: «A mí me va bien, trabajo y tengo buena
salud. Los demás están con Estusz.» Así se llamaba una de sus hermanas,
fallecida hacía tiempo, en plena juventud.
Otras
sobrevivientes relataron a los investigadores que al mismo tiempo que Mala repartía
el material donde debían escribir falsas palabras esperanzadoras para no ser
duramente castigadas, les daba también papel en blanco y se ofrecía a entregar
mensajes a los familiares confinados en otros bloques del lager.
La testigo Giza Waisblum,
acaso la persona más cercana a Mala Zimetbaum en Auschwitz, relató que si oía
que los jerarcas del campo tomaban la decisión de enviar a la cámara de gas a alguna
de las convalecientes en la enfermería, ella la alertaba de inmediato para que dijera
que ya estaba en condiciones de volver al trabajo. También que solía sustraer
medicamentos y vitaminas para proporcionarlos a las más débiles. Otros
testimonios, algunos publicados en autobiografías de antiguas cautivas del
campo, afirman que llegó a arriesgar su propia vida para salvar a alguna
compañera, trastocando nombres en las listas que le eran dictadas por los
oficiales encargados de las selecciones. Más de un nombre –recuerdan – fue
escrito por Mala en la lista de un grupo de trabajo cuando debía haberlo
copiado en la de los destinados al «gas».
En su generosidad
llegaba incluso a utilizar su «autoridad» ante las kapos de los bloques para exigir que dieran un trato más humano al
resto de las prisioneras: «no os ilusionéis, aquí somos todos iguales, y nos
espera la misma suerte», cuentan que les decía.
El romance
Al principio, Mala
hacía los favores mencionados y ofrecía su ayuda por su propia cuenta; el lager no había conseguido mermar su combatividad
ni menoscabar su personalidad solidaria. Incluso ante los nazis mantenía una
postura digna: se limitaba a cumplir con su trabajo, sin halagarlos y sin
mostrarles una falsa sumisión.
Es más, siendo
como era testigo directo de sus actos de crueldad para con los prisioneros y
los constantes asesinatos gratuitos, comenzó a germinar en su interior la idea
de que era preciso escapar y contarle al mundo lo que en verdad ocurría en
Auschwitz.
Popular y admirada,
especialmente entre las mujeres belgas, su fama se extendió por el campo y en
algún momento los miembros de la resistencia judía entraron en contacto con
ella; a partir de entonces su tarea empezó a ser coordinada y parte activa de los
planes de la organización.
Pronto se
convirtió en una pieza clave de las actividades clandestinas de los resistentes
y en el enlace con la red polaca que también actuaba en el campo.
Así fue como Mala conoció
al preso político Edward Galinski. Lo que se inició como una relación de franca
camaradería, se fue convirtiendo en un sentimiento de amor mutuo. Cuando poco después
el joven encargó a una de las prisioneras, una artista plástica polaca, que
pintara un retrato de Mala, la noticia de su romance se difundió con rapidez.
La fuga
Edward Galinski junto
a su compañero e íntimo amigo, el también preso político polaco Vieslaw Keliar,
habían elaborado un detallado plan para fugarse con el mismo propósito que
animaba a Mala: contarle al mundo lo que allí ocurría. Pero cuando comenzó su
relación amorosa con la muchacha decidió incluirla en dicho plan.
Keliar no estuvo
de acuerdo; le parecía demasiado arriesgado que a la huida se uniera una mujer
y para colmo judía. Afirmó que fracasarían y que no estaba dispuesto a
secundarlo. Sin embargo, en un acto de extrema generosidad y comprendiendo los
sentimientos de Edek, insistió en que lo utilizara él para huir con Mala. Por
su parte, quedaría a la espera de recibir su ayuda, una vez que estuvieran
fuera, para escapar a su vez.
Mala informó de su
proyecto a cuatro personas; a su íntima, la ya mencionada Giza Waisblum, y a otras
tres amigas y mensajeras como ella, las eslovacas Lea, Polye y Gerda que literalmente
la idolatraban y que reaccionaron ante la noticia llenas de entusiasmo.
En cuanto a Edek,
aparte de Keliar, también sabían que iba a fugarse otro preso político de su
confianza, Jurek Zadtchikow, y el trabajador civil contratado en el campo, Antoni
Shimlack, que colaboraron en la organización de la huida.
El 24 de junio de
1944 los dos jóvenes huyeron de Auschwitz, de acuerdo al minucioso plan preparado
por Edek y Keliar, cuyo lugar ocupó Mala.
Al rememorar estos
hechos algunos testigos mencionaron en su momento que en el campo había un S.S.
«distinto», una rara avis entre los
demás que solía hacerles pequeños favores o aliviar en lo posible la penuria de
los presos, siempre que eso no pusiera en peligro su puesto o su vida. No está
claro si esta actitud se fundaba en el rechazo que sentía por el monstruoso
trato que estos recibían de sus camaradas, o acaso porque en aquel año 1944,
como tantos otros, ya sabía que Alemania tenía la guerra perdida y que granjearse
la simpatía de los internos podría evitarle represalias, una vez acabada la
contienda.
Esas voces afirmaron
que fue este hombre, el guardián Edward Lubusch, quien escamoteó un uniforme de
las S.S. para Edek. Por su parte, Mala pudo sustraer uno de los formularios en
blanco que se usaban como pases de salida y se vistió con el uniforme de un
prisionero, cubriéndose la cabeza con un casco que ocultaba en parte su rostro.
Además, portaba un lavamanos que habían desmontado de uno de los aseos
utilizados por la oficialidad.
Así disfrazados y
siendo el día escogido para intentar la huida un sábado, después del mediodía,
cuando gran parte del personal de vigilancia se marchaba para su descanso
semanal, pasaron el control a la salida del campo, enseñando el salvoconducto
de Edek y explicando que debía conducir a aquel «preso» que se ocupaba de la
fontanería hasta la ciudad, en busca de una pieza que sirviera para reparar el
lavamanos.
La caída
Ese mismo día, a
la hora del recuento, tanto en el campo de las mujeres como en el de los
hombres comenzaron a ulular las sirenas de alarma. Las minuciosas
investigaciones, los inacabables interrogatorios y las torturas sufridas por
las muchachas amigas de Mala no arrojaron ningún resultado positivo. Pasaron
varias semanas sin que se pudiera localizar a los jóvenes que habían burlado la
vigilancia del campo de exterminio más siniestro de cuantos hubo con una excusa
trivial.
Entre tanto, los enamorados
habían conseguido llegar hasta los montes situados junto a la frontera
eslovaca. Intentaban atravesarlos cuando fueron interceptados por una patrulla
nazi que custodiaba la zona fronteriza y devueltos a Auschwitz. Una vez allí,
fueron internados en celdas separadas, en el bloque de castigo número 11.
El veredicto
La clamorosa
alegría y la confianza en un posible porvenir de libertad que se había
instalado entre los cautivos y, sobre todo, en la sección femenina del lager después de la fuga de Mala y Edek
se trocó en una sensación de angustia y pánico ante el temor de que los jóvenes
no resistieran las terribles torturas a las que estaban siendo sometidos y
entregaran a los compañeros de la red de resistentes del campo.
Pero no fueron así
las cosas. La sobreviviente Giza Waisblum, ya mencionada, relató que después de
pasar por muchas manos llegó hasta las suyas un mensaje de Mala enviado desde
el bloque 11, donde escribía: «Estoy preparada para lo que sea. Sé lo que me
espera. Pero también sé que su fin está muy cerca. Mantened el valor y recordad
todo cuanto nos han hecho.»
Casi al mismo tiempo
también le llegó a Vieslaw Keliar un mensaje de Edek: «No han conseguido
quebrarnos a mí ni a Mala, pese a que a ella la han torturado incluso más
salvajemente que a mí. Ambos esperamos el veredicto con serenidad.»
Al comprender que
pese a los brutales métodos que estaban empleando no obtendrían resultado
alguno y, probablemente, tras la consulta y la posterior aprobación del propio
Himmler, los mandos del lager dieron
a conocer el veredicto.
La sentencia
El 22 de agosto de
1944, mientras la orquesta interpretaba una alegre melodía, todas las mujeres
del campo desfilaron a la hora del recuento de la tarde y pudieron ver al pasar
que Mala estaba allí, custodiada por un guardia. Curiosamente, no se veía patíbulo
ni horca; las prisioneras le daban vueltas a la cabeza tratando de adivinar qué
horrible muerte habían preparado los verdugos para su heroína.
Lo supieron cuando,
acabado el recuento, se les ordenó que se trasladaran al patio situado tras las
cocinas; donde estarían obligadas a presenciar la ejecución pública de la
muchacha.
Mala
Las mujeres la
vieron llegar demacrada y macilenta. La seguía dos pasos por detrás el oficial
encargado de ejecutarla, pero ella llevaba la cabeza erguida y un gesto
desafiante en el rostro. La directora del lager
de mujeres, oficial Mandel, leyó la sentencia que condenaba a Mala a morir
ahorcada. La joven, que la oyó atenta y sonriendo, llevó una de sus manos a la
cabeza y rápidamente se cortó las venas de la otra mano con una hoja de afeitar
que había ocultado entre sus cabellos.
Un estremecimiento
recorrió a la silenciosa masa de prisioneras que presenciaron lo ocurrido como
petrificadas. Su verdugo reaccionó de inmediato intentando inmovilizarla y la
increpó: «¿Qué, quieres ser una heroína, para eso estamos nosotros aquí, para
hacer este trabajo?»
Pero Mala aún tuvo
fuerzas para abofetearlo con la mano ensangrentada y gritar en un tono de voz que
todas pudieron oír claramente:
- ¡Asesino, pronto
pagaréis por nuestros sufrimientos! Muchachas, no temáis, su final está muy
cerca, lo sé ¡he estado en libertad!
En ese momento, el
guardián golpeó a la joven con su arma y entre el tumulto, los gritos y las
órdenes controvertidas de los nazis, las mujeres oyeron que ordenaban traer una
camilla para trasladar a Mala a la enfermería y detener la ya abundante
hemorragia.
En el barracón de la
enfermería, muy maltrecha y con voz sumamente debilitada Mala seguía lúcida y
consolaba a quienes la rodeaban llorando:
- No lloréis, el
día de la venganza se acerca. Lo importante es recordarlo todo, ¡no olvidéis
nunca lo que os han hecho!
- ¡Cállate maldita!
- la interrumpió un S.S., al que ella aún alcanzó a responder con su último
aliento, en un susurro: «callada he estado durante dos años...». Y ya no dijo
más, porque el nazi, furioso, le estampó una mordaza en la boca y le dijo ufano
a la oficial Mandel:
- Ahora por fin se
callará.
El enflaquecido
cuerpo de Mala fue arrojado a un carrito de mano para ser conducido directamente
al crematorio. No alcanzó a llegar viva.
Edek
Al mismo tiempo
que esto sucedía, en el campo de los hombres y también en presencia de todos
sus compañeros de cautiverio fue leída la sentencia de muerte de Edward Galinski,
quien sería asimismo ejecutado en la horca.
Cuando izaron el
cuerpo de Edek hasta el patíbulo y pusieron la soga alrededor de su cuello, el
joven pegó una patada al banquillo para ahorcarse él mismo y no permitir que lo
ejecutara el verdugo designado para hacerlo. Al parecer, la pareja había pactado
suicidarse para no darle a los nazis la satisfacción de asesinarlos y
utilizarlos como ejemplo y advertencia para los prisioneros. Pero varios miembros
de las S.S. que estaban allí, lo sujetaron y volvieron a izarlo hasta la horca,
desplazando el banquillo y evitando con ello la posibilidad de que repitiera el
intento. Antes de morir, relataron más tarde los testigos, Edek alcanzó a
gritar con voz alta y clara: «¡Larga vida a Polonia libre!»
El último mensaje
La misma noche de la muerte de los
jóvenes, alguien le hizo llegar a Vieslaw Keliar un paquete acompañado de un
último mensaje de su amigo. En un pequeño envoltorio había un mechón de
cabellos castaños de Edek y un rizo dorado de Mala, entrelazados, y un
billetito donde habían escrito: Edward Galinski, número de prisionero 531 -
Mala Zimetbaum, número de prisionera 19880.
En el paquete también estaba el
retrato de Mala que había pintado una prisionera por encargo de Edek.
El mensaje, que fue transmitido
verbalmente, era que si Keliar lograba sobrevivir, hiciera llegar ese paquete
al padre de Edek.
En efecto, Keliar consiguió sobrevivir
hasta la liberación de Auschwitz, pero durante su posterior peregrinaje por diversas
ciudades y campos de desplazados, extravió el envoltorio que contenía los
cabellos entrelazados de Mala y Edek. Solo se conservó el retrato.
El retrato
Mala y Edek no vivieron para relatar
su historia.
Tampoco viven ya quienes los
conocieron y la contaron luego.
Pero en Yad Vashem se conserva un
testigo - a la vez mudo y elocuente - que contará por siempre esa historia de
amor y valentía. Es el hermoso rostro de Mala que hizo pintar Edek, el joven que
la amaba.
El retrato los sobrevivió.
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